lunes, 1 de agosto de 2016

En la Capital del Tejido

Debo confesar que he estado floja para escribir, pero estos días de vacaciones he realizado varias actividades. Entre ellas disfrutar del sol invernal de la capital del tejido. Para aquellos que no sepan, la capital del tejido vendría siendo la ciudad de La Ligua, lugar donde nací, di mis primeros pasos y crecí. La Ligua es una de las ciudades que se encuentran más al norte de la V Región de Valparaíso y colinda con la vecina ciudad de Los Vilos (al sur de la cuarta región). Somos vecinos de Papudo en la Costa y Cabildo hacia el interior, y a parte de los tejidos también es conocida por sus famosos dulces y por las palomitas (que son las personas que se ponen a la orilla de la carretera 5 Norte vestidas de blanco para vender los dulces). También es famosa por los temblores, y en el año 1965 el terremoto que remeció a Chile, tuvo su epicentro por estos lares. Para mayor información los invito a revisar la página que tiene la wikipedia para la ciudad.

Recuerdo en mi infancia que sólo se escuchaban 3 emisoras en FM (Melodía, Eclipse y Cristal) y por la televisión sólo transmitían TVN y Canal13. Televisión por cable no había y teléfono en la casa no hubo hasta que tenía como 13 años. Recuerdo que cualquier noticia o urgencia llamaban a la casa de la vecina y ahí le avisaban a mi abuelita que la necesitaban. También recuerdo de algunos vecinos que pasaban a guardar la carne en el refrigerador, porque no todos tenían uno, ya que eran muy caros, pero eran eternos. Hasta hace 2 años que el refrigerador de mi bisabuela aún funcionaba, era del año 1971.

A mi memoria llega también que antes se lavaba en batea, debo haber tenido 9 años cuando llegaron las primeras lavadoras a la casa de mi mamá y de mi abuelita. Era un tanque blanco con una hélice abajo, la que se llenaba de agua y en la que iban echando la ropa junto con detergente. El enjuague había que hacerlo en la batea y de centrífugas ni hablar. Mi papá le esguinzó accidentalmente la mano derecha a mi mamá cuando estaban estrujando entre los dos un cubrecamas. El auto no llegó hasta que estaba en la enseñanza media, así que cuando queríamos ir a ver a mi bisabuelita a La Cruz, íbamos en bus. Esos antiguos buses que tenían un olor nauseabundo, los choferes no hallaban nada mejor que limpiar el piso de estos con petróleo, en clases de química aprendí que la bencina y el petróleo son parte de los hidrocarburos de los llamados grupos aromáticos, los que son tóxicos y pueden provocar la muerte al ser inhalados. Menos mal que dejaron de hacerlo (el Poet debe ser mucho más barato que el Petróleo). Por eso y porque antes no existía el túnel El Melón y había que pasar obligadamente por la cuesta con todas sus curvas, es que había que ser precavido y llevar una bolsa plástica (algunos auxiliares también tenían), a mitad del viaje, además del olor a petróleo comenzaba a aflorar el aroma de los jugos gástricos de aquellos a quienes se nos había "dado vuelta la vianda" como a veces dicen. Yo no sé cómo mi mamá o mi tía soportaban los: ¿dónde vamos?, ¿cuánto falta?, ¿a qué hora vamos a llegar?. Al llegar a la ciudad de La Calera, el bus se estacionaba para que bajaran/subieran pasajeros y dependiendo de la época del año se subían a vender helados, toffies o maní (salado y confitado), además de la cooperación por calendarios y a veces a vender lápices, linternas o libros para pintar.

Cuando llegábamos a destino en la Cruz, nos bajábamos en el paradero 20 y entrábamos caminando por el en ese entonces camino de tierra que era interminable y al llegar nos esperaba el aroma a los papayos de la entrada de la casa. Mientras caminábamos nos acompañaban por el lado cierres de moras y la acequia con agua siempre corriendo. Si nos quedábamos en la noche, fijo que nos picaban los zancudos y en la mañana jugábamos con las cáscaras que dejaba mi bisabuela cuando hacía el almuerzo.

Por las tardes íbamos con mi bisabuelo a caminar entre los paltos o a jugar en la romana que tenía. Para los que no lo sepan, una romana es una pesa muy grande. A veces nos enfermábamos y nos ponían paños mojados en la cabeza o sobre el estómago para bajar la fiebre.  Recuerdo que mi tío lavaba su auto con el agua de la acequia (creo que era un Datsun de color café quizás de qué año).

Ya cuando iba siendo hora de devolverse a La Ligua, salían todos a dejarnos al paradero, como 15 personas, el señor conductor debe haberse enojado cuando sólo subíamos 6 y 2 de ellos eran niños que no pagaban pasaje. A veces nos tocaba irnos de pie, y otras veces, en el verano habían hileras de autos que iban camino al Sur, de vuelta de las vacaciones hacia Santiago, cuando sólo había una vía por sentido. Bueno, no en vano han pasado 20 años desde ese entonces y los avances han llegado no sólo a mi ciudad.

Estamos al habla
Javiera